SABEMOS ACTUALMENTE QUE NUESTROS ESTADOS DE ÁNIMO SE
REFLEJAN DIRECTAMENTE EN NUESTRA SALUD. LA EUDAIMONIA, O LA FELICIDAD QUE VIENE
DEL ALMA, PARECE SER CLAVE PARA REGULAR NUESTRO SISTEMA INMUNE. ENCONTRAR LA
EUDAIMONIA, SIN EMBARGO, SIGNIFICA HACERLE CASO A NUESTRO DEMONIO PERSONAL
POR: ALEJANDRO MARTINEZ GALLARDO - 17/02/2015
En los últimos años se ha gestado discretamente un cambio de
paradigma dentro de la ciencia, de la visión cartesiana reduccionista que
cortaba de tajo y dejaba prácticamente incomunicados al cuerpo y a la mente, a
una visión más inclusiva que considera a la mente-cuerpo como un solo sistema,
dando lugar a disciplinas como la psicobiología y la psiconeuroinmunología. Hoy
sabemos que nuestro estado de ánimo y los estímulos del medio ambiente tienen
efectos a nivel celular y son tanto o más importantes para nuestra salud que
nuestros genes. “La vieja forma de pensar era que nuestros cuerpos eran
entidades biológicas estables, fundamentalmente separadas del mundo externo”,
dice Steven Cole, profesor de medicina en UCLA. “La nueva forma de pensar es
que hay mucha más permeabilidad y fluidez… nuestro cuerpo es literalmente
producto del ambiente”.
Cole, moviéndose entre la ciencia dura y aspectos más suaves
relacionados con el problema mente-cuerpo, intenta determinar la relación entre
la “felicidad” y el sistema inmune: cómo reaccionan nuestras células a lo que
subjetivamente llamamos felicidad –acaso así haciendo tangible lo que es la
felicidad, encontrando una respuesta a esta pregunta milenaria, aunque desde la
perspectiva parcial del cuerpo. Su trabajo lo ha llevado a concluir que “no hay
duda de que la mente y el sistema inmune están ligados”.
Entrevistado por The Atlantic, Cole explica que experiencias
negativas como un diagnóstico de cáncer, la depresión, el estrés, el trauma o
el bajo estatus socioeconómico pueden afectar el perfil inmunológico de una
persona. Mientras que “las experiencias de felicidad y la percepción de esas
experiencias en nuestro cuerpo” también producen cambios en nuestros mecanismos
biológicos, en sentido opuesto. Cole cree que estas experiencias positivas son
capaces de “remodelar nuestra composición celular”. La antigua división entre
el cuerpo y la mente que ha acompañado a la ciencia en sus fundamentos por
tantos años no se sostiene: es prácticamente imposible que lo que
experimentamos mentalmente (la imaginación, la fantasía, el pensamiento, la
preocupación, la relajación, etc.) no se reproduzca también en nuestro cuerpo.
Nuestra salud no sólo es el cúmulo de todas las cosas que hemos ingerido, el
ejercicio que hemos hecho y nuestros genes, es también el agregado de todos
nuestros pensamientos y emociones (nuestro cuerpo no puede dejar de registrar
todos nuestros estados mentales y reprogramar su funcionamiento a partir de
ellos).
Lo anterior nos obliga a tomar responsabilidad por lo que
ocurre en nuestra mente en cada momento, sabiendo que, si bien un pensamiento
aislado o una emoción fugaz seguramente no debilitarán significativamente nuestra
inmunidad, la reiteración de nuestras formas de pensamiento y reacciones ante
el mundo van apilándose y forman los hábitos y patrones que llegan a determinar
nuestro estado de salud general. O, con
mayor precisión: “La experiencia que tienes hoy afectará la composición de tu
cuerpo por los siguientes 80 días, porque eso es el tiempo que tardan la
mayoría de los procesos celulares”, dice Cole. ¿A cuántos ciclos de estrés de
80 días hemos sometido a nuestras células?
“Una de las funciones principales de la mente es mantener a
bajo nivel la presión o, mejor dicho, no permitir que la presión surja desde un
inicio”, dijo Manly P. Hall hablando sobre el “simbolismo psíquico” de algunas
enfermedades. La mente, que es el regulador metabólico de todos los procesos
orgánicos y que tiene la capacidad compensar desequilibrios con su acción
intencional. Hay diferentes formas de ver esto, si tenemos una tendencia a
estresarnos fácilmente puede generar el efecto contrario al deseado. Este
pensamiento de preocupación o de frustración o de odio, puede ser la semilla de
una enfermedad. Tal vez puedas percibirlo como una presión extra sobre tu
facultad mental. Esto es una forma de verlo. Por otro lado también puede ser un
respiro: tu actitud, la forma en la que empleas tu mente y la forma en la que
te relacionas con el mundo puede sanarte, puede afectar directamente tus
células y mantenerlas, como una brigada de soldados contentos y comprometidos
con la estrategia nacional, atacando a tus enemigos verdaderos (y no volteándose
en tu contra).
El sistema inmune tiene dos funciones principales: luchar
contra agentes infecciosos y causar inflamación. La primera función es la que
consideramos generalmente como señal de que nuestro sistema inmune funciona
adecuadamente, en equilibrio, dirigiendo sus esfuerzos contra las verdaderas
amenazas que enfrenta nuestro cuerpo. La segunda función, la inflamación, es en
muchos casos el resultado de una sobreexcitación, ya sea porque introducimos
agentes tóxicos a nuestro cuerpo (o que nuestro cuerpo percibe como tóxicos,
como es el caso de algunas intolerancias a alimentos que la mayoría de las
personas toleran perfectamente bien) o porque el estrés hace que nuestro
sistema inmune esté combatiendo permanentemente enemigos invisibles –ya no virus
o bacterias, sino quimeras. Además de causar dolor, la inflamación puede
también dañar el tejido y con el tiempo producir una cuantiosa serie de
enfermedades (la mayoría de las enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo,
parecen estar ligadas a la inflamación).
Cole realizó un estudio con sus alumnos cuyos resultados nos
ayudan a entender mejor cómo nuestra psicología profunda se refleja en nuestro
sistema inmune. En el estudio se midió el perfil de expresión genética de un
grupo de voluntarios y se relacionó con una evaluación de sus niveles de
felicidad. Un mejor perfil de expresión genética significa una mayor respuesta
antiviral y una menor respuesta
inflamatoria. La evaluación de la felicidad se dividió en la felicidad
“hedonista” y la “felicidad eudaimónica”. “La felicidad hedonista es el estado
de ánimo elevado que experimentamos después de un evento de vida externo, como
comprar una casa”, la eudaimonia es “nuestro sentido de propósito y dirección
en la vida, nuestro involucramiento con algo más grande que nosotros”, explica
Cole. El estudio mostró una notable correlación entre la felicidad eudaimónica
y un mejor funcionamiento del sistema inmune.
El estrés crónico que reduce la felicidad eudaimónica,
sugiere Cole, puede acortar la longitud de los telómeros, mientras que
actividades como la meditación mantienen la longitud de estos extremos de los
cromosomas que protegen el ADN e intervienen en el proceso de envejecimiento.
En otras palabras, la disciplina mental es capaz de afectar la expresión
genética y regular la función de nuestro ADN. Para quienes dudaban de los
poderes mentales del ser humano.
LA
EUDAIMONIA O EL BUEN DAIMON
Personalmente, lo que me interesa más del trabajo de Cole es
el énfasis en la eudaimonia. Su investigación sugiere que la salud humana y la
felicidad misma es el resultado de un buen daimon (que es lo que significa la
palabra eudaimonia). El daimon es, según se creía en la antigua Grecia, el
genio o acompañante del alma (a veces usado como sinónimo mismo del alma o psique).
“Ethos anthropos daimon“, escribió Heráclito, una frase que se traduce como
“Carácter es destino” (daimon siendo destino en este caso). Quizás nos ayude
más leer la frase de Heráclito, llamado a veces el primer psicólogo, de esta forma: “El carácter del hombre es su
daimon” y de aquí intentemos entender lo que es el daimon.
Marsilio Ficino, el gran traductor de Platón y otros
clásicos, eje del renacimiento cultural de la Florencia de los Medici, dijo
sobre el daimon: “Quien descubre su propio genio a través de estos medios
encontrará su trabajo natural y al mismo tiempo encontrará su estrella y su
daimon. Siguiendo este camino obtendrá felicidad y bienestar”. Ficino, quien
fuera conocido como “doctor del alma”, amplía aquí el sentido de la frase
inscrita en Delfos “Conócete a ti mismo”; conocerse a sí mismo es conocer
también a nuestro daimon, nuestro destino, ese espíritu que nos guarda y
asedia, como “una estrella flotando sobre la tierra, conectada al alma”, según
Plutarco. Patrick Harpur, quien ha relacionado al daimon con las apariciones
numinosas de diferentes épocas –desde los ángeles y las hadas a los OVNIs- dice
que una forma de imaginarlo es como “una manifestación personal de un dios
impersonal”.
Jung en sus memorias dice “estoy consciente de que ‘mana’,
‘daimon’ y ‘dios’ son sinónimos del inconsciente -eso es otra forma de decir
que sabemos tan poco de los primeros como del último”, y agrega que el
inconsciente era un término “científico” y “racional” mientras que el “uso del
lenguaje mítico”[el daimon] da “ímpetu a la imaginación”. Jung siempre quiso
mantener legitimidad científica en su trabajo, por eso la predilección por el
“inconsciente”. Aquí podemos también aplicar su máxima de “hacer consciente el
inconsciente”, la clave de su psicología, lo que significaría en otras palabras
familiarizarnos con nuestro daimon –para no ser inconscientemente víctima de su
tiranía.
Quizá la fuente más reputada de lo que es el daimon es
Platón, quien nos introduce al daimon de Sócrates, el cual lo encaminó a
aceptar el destino de la cicuta y quien, relatando el mito de Er, señala que
cada alma tiene asignada un daimon personal que se encarga de vigilar el
cumplimiento de la “porción” entregada por las Moiras al nacer. El daimon es el
encargado de administrar y atender ese destino que hilan las Moiras; un destino
que no es del todo fatal, ya que fue elegido por nuestra alma. En cierta forma
las Moiras (que son la porción misma que se entrega) se transpolan al daimon,
que a su vez es el representante de Ananké, la diosa de la necesidad, madre de
las Moiras. Por lo que podemos entender que nuestro destino es aquello
necesario –lo que no podemos ceder, por eso el celo voraz del daimon.
En su libro The Soul’s Code, James Hillman argumenta que la
enfermedad es una de las formas con las que el daimon –que participa en el
arquetipo del trickster– nos obliga a reflexionar y recapacitar para que no nos
desviemos del camino de nuestra necesidad interna, del llamado profundo de
nuestra vida, acaso procrastinando por campos hedonistas o en la ambición de la
materia (lo del ego es el principio del placer, lo del alma es el compromiso
teleológico). En otra parte Hillman escribe: “Hasta que el alma no obtiene lo
que quiere, nos enferma” (si estas inflamado no vayas al doctor, pregúntale al
daimon). Manly P. Hall, el erudito fundador de la Philosophical Research
Society, observa que la mayoría de las personas enfermas con las que ha tratado
“no tienen una salida creativa”, como si el hecho de no estar creando, de no
estar cumpliendo con su propia obra magna, cualquiera que sea (y muchas veces
es el servir a alguien más), les restara fuerza vital (fuerza vital que que se
alimenta de dar al mundo fuerza vital). “Negar la propia alma es ser separado
de la fuente misma de la vida”, escribe Patrick Harpur, en El fuego secreto de
los filósofos.
Tiene sentido, las personas que manifiestan vivir una vida
plena de significado –no de placer e indolencia– son también más sanas, no
tienen un sistema inmune que lucha en su contra, activando tormentas
inflamatorias con fuego cruzado. El sentido es la salud, el dao. Seguir el
camino que marca el daimon, vivir en armonía con el pleito de nuestra alma,
parece ser la clave de la salud. Todo lo demás son pequeñeces. Esto también
hace eco de lo que descubrió Viktor Frankl en los campos de concentración de la
Segunda Guerra Mundial: los hombres con sentido existencial no se desmoronaban
ante las abyectas condiciones que enfrentaban. Howard Bloom, en su libro Global
Brain, señala que los seres humanos somos “hipótesis que lanza la mente global”
y aquellos hombres-hipótesis del devenir planetario que prueban ser valiosos
para esta mente global, este superorganismo del cual somos como las células
individuales, son recompensados, gratificando su sistema inmune con una cascada
de dulces y relajantes drogas orgánicas: hormonas, neurotransmisores como
dopamina, GABA, serotonina o el butirato (esa mantequilla de los dioses de la
inmunidad); los otros, cuyas vidas no tienen significado para el colectivo, son
inundados con cortisol y adrenalina y llevados a los ghettos y gulags de la inmunodeficiencia.
¿Acaso es que la vida, ese misterioso hálito, es una dádiva,
una bendición y una manda que es depositada en nosotros y que podemos perder en
cualquier momento; que perdemos cuando nos alejamos de ese misterioso destino
que nuestra alma eligió entre las estrellas?
Creado por:
Ángel García
Tomado de:
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